La pobreza es una espiritualidad, es una actitud del cristiano, es una disponibilidad del alma abierta a Dios... Por eso Cristo dice con tanta emoción: ¡Dichosos ustedes, los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios!La tradición cristiana ha valorado siempre el desprendimiento y el desapego como una forma de profundizar la apertura y la disponibilidad a la voluntad de Dios; por el contrario, las actitudes consumistas y de apego a lo material son vividas como un obstáculo a esa apertura, como algo que aleja al hombre de su relación con Dios, o, al menos, de la conciencia de la misma, que le aleja, incluso, de su propia realidad.
El propio Evangelio nos lo transmite del siguiente modo:
[Jesús] les dijo entonces una parábola:Ser pobre de espíritu es, por tanto, una bienaventuranza que se vive en la vida cotidiana y nos afina el oído a la escucha de Dios. Porque, en palabras del papa Francisco, "la verdadera riqueza es el amor de Dios compartido con los hermanos". ¿Por qué hemos, pues, de buscar riqueza en tantas otras cosas que no hacen sino frustrar, a la larga, nuestras expectativas? ¿Realmente las necesitamos?
«Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo:
"¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".
Después pensó:
"Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo:
"Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?".
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios». [Lc 12, 16-21]
¿No es esta pregunta la misma que nos planteábamos hace unas semanas al comenzar a analizar los contenidos del consumo responsable? Y es que, al final, la espiritualidad cristiana se muestra, también, en nuestras actitudes de consumo.
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